jueves, 15 de mayo de 2008

Este es el mero que hay!

Estaba Giampiero en Margarita pasando unas vacaciones con su familia. Ese día habían decidido quedarse en la playa y almorzar en uno de los restaurantes a orillas del mar. Se sentaron en una mesa con los pies en la arena y a la sombra de varias palmeras, recibieron el menú y se dispusieron a ordenar. Giampiero pensó que sería buena idea aprovechar para comerse un mero fresco que se describía apetitoso dentro del menú. Y así lo hizo. El mesero tomó nota del pedido de cada quien y unos minutos más tarde volvió con la comida servida en cada plato. Giampiero se sorprendió al ver el suyo.

G: !Señor, este pescado que me ha traido no es mero!.

M: Claro que si señor, usted pidió mero y aqui lo tiene!,

G: Le digo que esto no es mero

El mesero como buen margariteño resolvió la situación en una sola frase con punto final:

M: Ah bueno, este es el mero que hay, usted me dice si lo quiere!

Este relato lo compartió Giampiero con integrantes de su equipo de trabajo luego de que le planteáramos algunas barreras que estábamos encontrando al trabajar con equipos de otras unidades dentro de la misma empresa. En ese entonces muchos de nosotros estábamos recién graduados de la maestría en administración de empresas y soñábamos con ser eficaces y acertados en nuestras actividades, agregar valor y alcanzar éxitos demostrables en el corto y mediano plazo. Algunas veces me sentí frustrada en las interacciones, como si los objetivos de ambas unidades fuesen distintos e incompatibles. En algunas ocasiones me parecía que para hacer mi trabajo tenía que mover a un elefante con mis propias manos, es decir, la misión era imposible de motorizar a menos que lo moviera un tractor o alguna cosa lo atrajera fortuitamente hacia el mismo punto que yo necesitaba que se desplazara.

Ha pasado mucha agua debajo del puente desde que le escuché a Giampiero este relato sobre el mero, y aún sigo encontrando vigente el mensaje. Pienso que aplica para todo y para todos, porque son pocas las cosas en la vida que dependen exclusivamente de uno mismo. Y si bien debe prevalecer la intención de contagiar, motivar, convencer, empujar... también hay que dejar de darse golpes con la pared cuando no está en nuestras manos derrumbarla.

A veces toca comer mero y otras veces tajalí

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