G: !Señor, este pescado que me ha traido no es mero!.
M: Claro que si señor, usted pidió mero y aqui lo tiene!,
G: Le digo que esto no es mero
El mesero como buen margariteño resolvió la situación en una sola frase con punto final:
M: Ah bueno, este es el mero que hay, usted me dice si lo quiere!
Este relato lo compartió Giampiero con integrantes de su equipo de trabajo luego de que le planteáramos algunas barreras que estábamos encontrando al trabajar con equipos de otras unidades dentro de la misma empresa. En ese entonces muchos de nosotros estábamos recién graduados de la maestría en administración de empresas y soñábamos con ser eficaces y acertados en nuestras actividades, agregar valor y alcanzar éxitos demostrables en el corto y mediano plazo. Algunas veces me sentí frustrada en las interacciones, como si los objetivos de ambas unidades fuesen distintos e incompatibles. En algunas ocasiones me parecía que para hacer mi trabajo tenía que mover a un elefante con mis propias manos, es decir, la misión era imposible de motorizar a menos que lo moviera un tractor o alguna cosa lo atrajera fortuitamente hacia el mismo punto que yo necesitaba que se desplazara.
Ha pasado mucha agua debajo del puente desde que le escuché a Giampiero este relato sobre el mero, y aún sigo encontrando vigente el mensaje. Pienso que aplica para todo y para todos, porque son pocas las cosas en la vida que dependen exclusivamente de uno mismo. Y si bien debe prevalecer la intención de contagiar, motivar, convencer, empujar... también hay que dejar de darse golpes con la pared cuando no está en nuestras manos derrumbarla.
A veces toca comer mero y otras veces tajalí
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